
Un día llegué a la oficina de mi jefe, mi volvió la mirada con los mismos ojos de sapo desvelado, tal como era su apodo. Su sonrisa invisible medio sonó cuando vio en mi mano el obsequio que le llevaba, la invitación a mi boda.
-es penquado, me dijo, luego de hacerme veinte preguntas.
Que si donde iba a vivir, que cuantos años tenía, que si era la misma chica de los colochos de Nacaome, que si ocupaba permiso, blablabla
A esta vida venimos solos, nuestros hermanos nos hacen un bullicio que termina a los diciocho, luego volvemos a sentirnos solos y hacemos un remache cuando nos casamos, dos, solitarios, apasionados. Luego llegan nuestros chiquillos, y nos cambian la forma de ver el mundo, nuestras diferencias, nuestros sueños. No hay tiempo para analizar, volver la mirada, mucho menos para remorderse la conciencia.
Un día, estaremos llenos de canas, de arrugas y de quejas... y seguramente, alegres de haber cambiado nuestra hamburguesa del lunes por un par de tortillas con quesillo de domingo.
...y me duele tu compañía, porque sin ella me duele la soledad.
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