Semana Santa en Choluteca

Con todo el ruido que se hizo, que Honduras iba a tener el día más caluroso, todos salimos corriendo lejos de Choluteca.

Todos menos la niña de esta foto, en el Hotel Gualiqueme, donde con el pesar en el alma de no sambullirse, debió tragarse el regaño por andar con gripe. Aún así no hizo calor, más bien un buen aguacero toda la noche.
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Niños sembradores de Chiles


Esta foto la tomé en una zona cerca de la frontera Honduras Guatemala, llamada por esa razón "Nueva Frontera", anteriormente llamado Tras cerros.

En la foto un puñado de niños trabajan en una plantación de chiles, de esos rojos. Recuerdo que mi abuelita cosechaba chiles, los ponía a secar al sol, luego los tostaba y los molía con la piedra, los mezclaba con comino molido, sal y achiote; quedaba delicioso para pegarse una buena enchilada.

Sinceramente no se que hacen los niños con esos chiles, posiblemente trabajan con una organización no gubernamental (ong), procesan el chile y lo venden al mercado local. Cuando traté de acercarme el vigilante me enseñó una escopeta, supongo para que le dijera que calibre era, lastimosamente no se lo pude decir, la prisa por llegar a tiempo a Azacualpa me lo impidió.

Tu compañía gris

Me gusta esta foto, porque la tarde que la tomé estaba gris, triste y alegre. Mis dos chiquillos me tenían desesperado con sus inventos, gritos y quejas; por un momento se me ocurrió pensar: -cuantos en esta vida deciden quedarse con sus códigos .net sin compilar tratando de cuidar un cierto amor por la soledad que inicia a los veintidos y termina a los treintaicutaro.

Un día llegué a la oficina de mi jefe, mi volvió la mirada con los mismos ojos de sapo desvelado, tal como era su apodo. Su sonrisa invisible medio sonó cuando vio en mi mano el obsequio que le llevaba, la invitación a mi boda.

-es penquado, me dijo, luego de hacerme veinte preguntas.
Que si donde iba a vivir, que cuantos años tenía, que si era la misma chica de los colochos de Nacaome, que si ocupaba permiso, blablabla

A esta vida venimos solos, nuestros hermanos nos hacen un bullicio que termina a los diciocho, luego volvemos a sentirnos solos y hacemos un remache cuando nos casamos, dos, solitarios, apasionados. Luego llegan nuestros chiquillos, y nos cambian la forma de ver el mundo, nuestras diferencias, nuestros sueños. No hay tiempo para analizar, volver la mirada, mucho menos para remorderse la conciencia.

Un día, estaremos llenos de canas, de arrugas y de quejas... y seguramente, alegres de haber cambiado nuestra hamburguesa del lunes por un par de tortillas con quesillo de domingo.

...y me duele tu compañía, porque sin ella me duele la soledad.
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